Mi abuelo
murió hace algo más de 2 años y fue enterrado en su pueblo. Mi madre, con el tiempo, le compró flores de plástico al azar para que el jarroncito del nicho siempre tuviera algo que no estuviera seco y muerto. Este año, al llegar a la casa del pueblo, todo el jardín estaba embutido en gladiolos que no se veían florecer desde hace al menos 10 años o más, de forma salvaje rebosaban y se derramaban por las jardineras de piedra como si quisieran hablar, y en mitad de aquella explosión silvestre había un gladiolo que llamaba especialmente la atención por su color y su altura. El más bonito del jardín quiso mi madre regalárselo a mi abuelo. Camino del cementerio, abrió la puerta, y a medida que se acercaba al nicho entre lágrimas, pudo advertir que en el jarroncito las primeras flores que compró de manera azarosa aquel día, eran las mismas que llevaba ella en la mano, las mismas que de forma espontánea habían salido en el jardín ese año y la misma que descollaba entre todas las demás. En ese momento tuvo un pálpito y supo que mi abuelo quería darle las gracias por todo de esa manera tan bonita.

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