26 de febrero de 2009

DOÑA TERE


Teresa tenía 88 años cuando enviudó por primera y última vez.

Doña Tere nunca quiso ayuda de sus hijas ni de nadie. Doña Tere siempre ha sido una mujer amargada, con cara de pocos amigos, huraña, pocas veces ha esbozado una sonrisa, nunca se ha sentado a comer con su familia, quejándose de todo y de todos, nunca de ella, ni de sus dolores ni enfermedades, al estilo Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como.

Un poco antes de enviudar seguía con la idea de que era autosuficiente aunque bajara todos los días al bar para comer y dejara la misma propina que costaba el menú, cogiera un taxi y no se acordara de la dirección para volver a su casa, tomara la medicación equivocada para el corazón, se pusiera la blusa del revés y tuviera la casa apestada de orines y hasta las trancas de basura. En esta situación Doña Tere seguía argumentando que nadie tenía por qué decirle cómo debían de hacerse las cosas en su casa al igual que ella no se metía en los asuntos de los demás, y con un portazo en los morros te daba los buenos días.

Una mañana tropezó con la manta al hacer la cama y se cayó al suelo. No podía moverse. La ambulancia la cargó en una camilla y la llevó al hospital vestida con ropa de calle con la que había dormido y donde se había orinado. Cuando regresó a su casa, tenía el húmero roto y un cabestrillo. El reposo y la imposibilidad de mover el brazo fueron los causantes de que tuviera que aceptar, aunque de mala gana, la ayuda de sus hijas.

Como un batallón de limpieza hubo que entrar en esa casa donde las cucarachas eran mascotas nocturnas y el hedor se hacía insoportable. Doña Tere no quería ponerse bragas y se orinaba donde le placía: cama, suelos, sillas, sofás, cualquier sitio menos en el váter. Doña Tere echaba fuera a sus hijas cada vez que las veía fregona en mano, argumentando que ella había fregado todo por la mañana y que no había derecho a que a una la llamaran guarra de esa manera en su propia cara. Sus hijas buscaron una persona para que les ayudara y Doña Tere la hizo la vida imposible igual que a todo ser humano que quisiera proporcionar algo de ayuda, la insultaba, despreciaba y faltaba el respeto a cada momento. Doña Tere, no comía nada de lo que le daban, sólo tomaba café con leche y yogures, con la medicación también se indignaba y pensaba que la estaban envenenando... Volvía locas a sus hijas y a su pobre marido con la idea de que era autosuficiente.

Su marido enfermó una noche con una bradicardia y se lo llevaron al hospital. Murió a los 2 días. Cuando Doña Tere se enteró, lloró, pero al cabo de varios minutos volvió en sí como si nada hubiera pasado. Ya en el tanatorio, entró a despedirse de él y lloró aún más- ¡ay qué te vas y me dejas aquí solita… ay mi amor que te marchas y me dejas! Y con el beso más dulce y la fatiga más grande se despidió de él. Volvió a salir de aquel cuarto oscuro y frío y dejó de llorar. En el viaje de camino al pueblo para enterrarle iba gastando bromas y olvidos:
-¿quién va delante?
-es el coche fúnebre, abuela,
- ah, entonces va como en una caja de zapatos- y se reía ella sola.
Nada más llegar al pueblo y bajarse del coche, andaba un poco perdida, sabía que se había muerto su marido pero no sabía procesar lo que estaba pasando, un abanico de emociones invadieron su ser y tan pronto se mostraba seria, como lloraba o quedaba ida con los ojos apuntando al horizonte. Y su viudedad fue otro paso más para perder otro trocito de su memoria.

Doña Tere cambió. La amargura se fue desvaneciendo como su memoria y no sólo esbozaba sonrisas sino que se reía a carcajada limpia de la vida. Dependiente por completo ya no le importaba que le fregaran el suelo, accedió hasta ponerse pañales, también a que la ducharan todos los días, sólo preguntaba que para qué era esa pastilla y se la tomaba con un sorbo de agua, se comía los purés que le daban y no sabía en qué día vivía, ni cuántos años tenía, ni los nombres ni parentescos de su familia. Comenzó por relatar historias inconexas, a hacer monólogos desternillantes de risa, insultaba con gracia a quien tenía delante, cantaba luna lunera cascabelera, cómo se la lleva el río, la Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa, dale que dale, dale al pandero… a cualquier hora y en cualquier momento del día.

Doña Tere pasa a convertirse en una mujer encantadora que suscita ternura y dedicación. Pero un día enferma y no se puede mover, a la vuelta del hospital cada vez está más y más desorientada y sus hijas barajan la posibilidad de una residencia.
Varias residencias visita y en ninguna se queda, residencias donde el abandono impregna todos los rincones, módulos asépticos como cárceles donde la memoria se pierde más en el olvido. Doña Tere siempre esperando con su bolsito y diciendo - ¿cuándo nos vamos de aquí?- Sus hijas y sus nietos van a verla, está atada en un sillón, llorando y pidiendo a gritos que la saquen de allí. Cuando regresa de tomar su café vuelve a quedarse aislada en el vació de su mente y con la plenitud de la soledad que campa a sus anchas por esas paredes. Hay cuidadoras como fantasmas, como autómatas que pululan por los pasillos tiranizando con la indefensión, sin memoria no pueden quejarse porque no se acuerdan, olvidándose de que sí que sienten.
Doña Tere sale de la segunda residencia, de camino a su casa ya no se acuerda de dónde ha estado. Pero al llegar a su barrio lo reconoce y se alegra. En su casa la espera una nueva mujer para ayudarla a la que al principio trata con desarraigo, pero que acepta de buen agrado al día siguiente.

La maña sabe que es de Aragón, pero no se acuerda de su pueblo natal, sabe su nombre y que su marido está muerto.
-¿Y qué era?
- lo que le diera la gana, -contesta-
- era Capitán de Artillería
-¿y quién soy yo?
- una gilipollas, y se ríe,
- tu nieta ¿y cómo me llamo?...
Ya no se acuerda que su historia de amor surgió en la cola de una iglesia y que la guerra civil española empañó parte de su vida, tampoco se acuerda de que acaba de ser su cumpleaños, ni de que tiene 2 hijas, 4 niet@s y 4 bizniet@s, ya no se acuerda de que tiene una casita en el pueblo de su marido que levantaron entre los dos, ya no se acuerda de que le dan miedo las tormentas porque de niña la alcanzó un rayo, ni de cómo se hace el bizcocho, ni la paella a la brasa, ya no se acuerda de que vivió en Barcelona ni en Valladolid, ni de que todos sus hermanos han fallecido …
Ya no se acuerda de casi nada pero sin embargo, es feliz.

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