A parte de esta historia, está aquella otra de cómo la casa nos ha visto crecer los veranos. En su huerto había una casita hecha con madera para que jugáramos, el columpio y tobogán estaban en el jardín, las piscinas hinchables crecían en tamaño y forma con nosotros, redondas, cuadradas, ovaladas…nos dedicábamos a jugar a las tenderas con aquellas hojas del gran sauce llorón que hacían de boquerones y los tomatitos de los arbustos de frutos rojos, por las tardes tocaba paseo por los alrededores en el que íbamos cogiendo moras y comiéndolas, así que cuando llegábamos a casa sólo teníamos las manchas, también cogíamos renacuajos y ranas de las charcas, saltamontes y mariposas, el bueno de Santiago nos prestaba su burro con aquellas alforjas rayadas en marrón que picaban como unas condenadas y que más que un burro parecía que íbamos en camello, pero era como ir en el mejor y más bonito de todos los caballos, el gran río que ahora se usa para navegar, nos ha visto bañarnos muchas veces y las estaciones de ferrocarril abandonadas nos han pillado despojándolas de papeles y otras cosas para jugar a los trenes, nos parecía muy entretenido partir los almendrucos, la abuela nos mandaba a comprar descuidos en la tienda de Isidoro y siempre nos regalaban una piruleta, de las visitas más amenas recuerdo a la señora Julia, vestida de negro y pelo canoso, a esa edad nos hacía gracia lo sorda que estaba y lo poco de lo que se enteraba cuando la hablábamos, recuerdo cuando llevábamos los ingredientes del hornazo a la panadería, todos naturales y lo que más nos gustaba era el aceite que quedaba impregnado en el pan más que las tajadas, al levantarnos, las galletas Río con mermelada y mantequilla y un tazón ardiendo hasta arriba de cola cao con azúcar siempre esperaban para desayunar, el pozo ha visto muchas las sandías y bebidas a refrescar, el ciruelo nos ha invitado tantas veces a coger de sus ramas ciruelas frescas a primera hora de la mañana...
¡Estoy deseando volver a ir!

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