1 de marzo de 2009

Charrita a la fuerza

Hay una casa en un pueblo chiquito, tiene un jardín y un huerto con muchos árboles, entre ellos, me atrevería a decir, la higuera más gigantesca del mundo, con un pozo muy antiguo, no se sabe si celta y una rueda de molino de piedra que hace de mesa. Tras el murete de piedras irregulares colocadas a hueso se contemplan los atardeceres rosados y anaranjados más hermosos de la zona, en ese mismo horizonte se vislumbra Portugal. El pueblo conserva la torre de un castillo del siglo XV, tan pegada a la casa que podíamos decir que en su tiempo podría haber estado dentro de su muralla. Cavando patatas en el huerto se han encontrado monedas muy antiguas, atalajes de caballería, pendientes y armas de fuego. Cuentan que se oye a hueco si caminas desde el jardín hacia la casa como si un pasadizo subterráneo sostuviera los cimientos. Y desde pequeña siempre he pensado que el pueblo era el fin del mundo, que había que dar marcha atrás porque en él acababa la carretera y no se podía continuar.

A parte de esta historia, está aquella otra de cómo la casa nos ha visto crecer los veranos. En su huerto había una casita hecha con madera para que jugáramos, el columpio y tobogán estaban en el jardín, las piscinas hinchables crecían en tamaño y forma con nosotros, redondas, cuadradas, ovaladas…nos dedicábamos a jugar a las tenderas con aquellas hojas del gran sauce llorón que hacían de boquerones y los tomatitos de los arbustos de frutos rojos, por las tardes tocaba paseo por los alrededores en el que íbamos cogiendo moras y comiéndolas, así que cuando llegábamos a casa sólo teníamos las manchas, también cogíamos renacuajos y ranas de las charcas, saltamontes y mariposas, el bueno de Santiago nos prestaba su burro con aquellas alforjas rayadas en marrón que picaban como unas condenadas y que más que un burro parecía que íbamos en camello, pero era como ir en el mejor y más bonito de todos los caballos, el gran río que ahora se usa para navegar, nos ha visto bañarnos muchas veces y las estaciones de ferrocarril abandonadas nos han pillado despojándolas de papeles y otras cosas para jugar a los trenes, nos parecía muy entretenido partir los almendrucos, la abuela nos mandaba a comprar descuidos en la tienda de Isidoro y siempre nos regalaban una piruleta, de las visitas más amenas recuerdo a la señora Julia, vestida de negro y pelo canoso, a esa edad nos hacía gracia lo sorda que estaba y lo poco de lo que se enteraba cuando la hablábamos, recuerdo cuando llevábamos los ingredientes del hornazo a la panadería, todos naturales y lo que más nos gustaba era el aceite que quedaba impregnado en el pan más que las tajadas, al levantarnos, las galletas Río con mermelada y mantequilla y un tazón ardiendo hasta arriba de cola cao con azúcar siempre esperaban para desayunar, el pozo ha visto muchas las sandías y bebidas a refrescar, el ciruelo nos ha invitado tantas veces a coger de sus ramas ciruelas frescas a primera hora de la mañana...
¡Estoy deseando volver a ir!

No hay comentarios:

Publicar un comentario