17 de julio de 2009

Pies, ¿que para qué os quiero?

Los pies son aquella parte del cuerpo que no existen nada más que cuando duelen, huelen o molestan. Nadie se acuerda de los pies, un@ se ducha, se echa crema y cuando llega al tobillo, para.
Si exceptuamos durezas, callos, rozaduras, uñas encarnadas, papilomas y juanetes, entre otros, los pies son un diamante en bruto. El podólogo, ese profesional dicotómico aliado o disociado con estas anomalías cutáneas, bien lo sabe, su trabajo, en mi opinión, es de los más repugnantes que existen.
Al margen de machismos de los pies de loto de las chinas y de fetichismos freudianos, el pie como símbolo fálico y por contraste, el zapato que lo contiene símbolo vaginal, es cierto que los pies se galardonan cuando se visten con esos tacones de altura y de aguja, no ocurre igual con las plataformas que parecen ortopedias, los pies son equiparables a las manos cuando los adornamos con una hebilla de sandalia al tobillo como pulsera a la muñeca, les insertamos anillos o pintamos sus uñas, son capaces de provocar ternura, a los bebés se les besa los pies igual que las manos, hay cierta tendencia a acariciarlos a cualquier edad e invitan a las cosquillas y al juego, soportan nuestras andanzas diarias, son unidad de medida, participan de la seducción debajo del mantel y están impregnados de religiosidad por aquello del Lavatorio bíblico y costumbre oriental.
¿Por qué les cuidamos tan poco?

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