18 de noviembre de 2009

Odalisca un día a la semana


Un pantalón de gimnasia ajustado marcando formas irregulares. Una camiseta levantada que deja ver el ombligo acompañado de flacideces y fofeces varias, de esas que salen a partir de los 30. Dicen que tienen que oírse las monedas del pañuelo, dicen que el desplazamiento de la cadera debe ser como si llevara puesto un riel. Y ahí estoy yo -después de 12 años de mi última clase aeróbic abandonada por la vergüenza de perderme a cada paso-, frente a un espejo gigante de esos que te deja ver todo tu yo, con la coordinación, el equilibrio y la rigidez de un palo, intentando sincronizar los movimientos de la profesora que danza como las odaliscas de Matisse, con un cuerpazo en aquel espejo inmenso... A pesar de todas las lorzas, la inflexibilidad, la negación de armonía de movimientos y el dolor de espalda, como si me hubieran golpeado durante la hora media que dura la clase, me gustó estar allí. Y lo que es mejor, adquirí conciencia de que tengo un cuerpo, que aunque torpe y lento, sirve para algo más que sentarse y tumbarse en el sofá de ikea.
Al día siguiente para el desayuno mojé un paracetamol en la leche para poder empezar el día. Tres días después sigo buscando el riel que mi cadera debe tener escondido en alguna parte.
¡Espero encontrarlo!
Mis agradecimientos a dos personitas que me dieron el empujón que necesitaba una noche de sábado al calor de unas cervecitas y unas tostas de queso de cabra con cebolla. Os quiero

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