Un, dos, tres, cuatro, un, dos, tres, cuatro.
Cuatro veces cuatro, cuatro elevado a cuatro y vuelta a empezar. Así comienza y acaba cada día. Siempre igual, siempre como el “Día de la marmota”. Lo peor llega al tener que salir de casa o irse a dormir: cuatro veces cuatro comprobar que los enchufes están quitados, las puertas cerradas, las luces apagadas, las ventanas cerradas y un sinfín de cosas que no parecen acabar nunca.
He de estar agradecida de que por lo menos el número que he escogido (no sé por qué), para hacer estas chifladuras sea el cuatro y no el veinticinco.
Voy a la cocina: hay cuatro fogones, ¡qué suerte, mi número favorito! y una colilla en el cenicero del día anterior. Ayer no usé el gas para nada y ya miré cuatro veces cuatro que la puñetera colilla estaba apagada por la noche (nunca tiro los ceniceros antes de dormir por si se prenden y se forma un coloso en llamas). Da igual, examino todo cual agente del CSI esperando descubrir algún indicio que pueda provocar un incendio. Ya me estoy imaginando los titulares de prensa: edificio de viviendas explota porque uno de sus vecinos no miró cuatro veces cuatro que el gas estaba apagado. Entonces, es como si empezara un rifirrafe acalorado entre el típico angelito y demonio que aparecen en las películas. Al angelito, llamémosle doña Lógica y al demonio don Absurdo.
-Vaya chorrada, ¿verdad?, entonces, ¿por qué sigues mirándolo?
-No hagas ni caso, y míralo una vez más.
-Sabes que no lo vas mirar sólo una vez, van a ser cuatro y luego otras cuatro…
-Tú ni caso, piensa en todo lo malo que podría ocurrir por no haberte cerciorado bien de las cosas.
-Tira la colilla al cubo, deja de manosear los fogones y lárgate.
-¡Ni se te ocurra! ¡Imagínate que se prende todo o que hay una fuga de gas!
Y ahí estoy yo, persona escéptica donde las haya, haciéndome caso de un número estúpido y creyendo que la peor de las desgracias se cernirá sobre mí si no hago estas locuras.
Después de estar más de 4 minutos mirando y toqueteando unos fogones y un cenicero, cierro la puerta y voy a por otra cosa. Con tanto trajín me he dejado la puerta de la nevera abierta pero da igual, eso no va provocar ningún accidente fatal. ¿Qué es toda la comida de la semana comparada con el desastre que acabo de evitar?
Angelito 0- Demonio 1.
Ahora vamos a por el encantador ser emplumado. Ya tiene sus juguetes, su fruta, su agua limpia, su pienso, su papel cambiado. Empiezo a mirar y a tirar de los comederos y de la puerta de su jaula para evitar de nuevo otra hecatombe: Amazonas Oratrix simpatiquísimo y entrañable se escapa de su jaula y huye por unas ventanas que están cerradas herméticamente. El loro me mira con cara extrañada y si hubiera aprendido a decir gilipollas, sin duda me lo llamaría.
Después de unas cuantas rondas de enchufes, luces, jaulas, ventanas, puertas y cocina (vuelvo otra vez, no vaya a ser que alguna fuerza invisible haya encendido el gas), cierro la puerta, que es el sumum de todas las cosas importantes que hay que chequear antes de irse a cualquier lado. Hoy he tenido suerte, el vecino pesado que sale a fumar a la ventana del descansillo no está y por lo tanto no desbaratará mis maquiavélicos planes: mirar y tirar de la puerta hasta que, básicamente y para no engañarse más, me quede el tiempo justo para no llegar tarde a trabajar. Tiro a un lado y otro hasta que se me quedan las manos rojas y me duelen los dedos de hacer tanta fuerza. Don Absurdo y doña Lógica vuelven a aparecer de nuevo, pero me temo que don Absurdo va a ganar como siempre por goleada hoy también. Con tanta lucha dialéctica interior me he despistado y he seguido tirando de la puerta sin contar el número de veces; ¡vaya, tendré que volver a empezar!
Un, dos, tres,cuatro, un dos, tres, cuatro.Escrito por Cuchipán. ¿Lo habrá escrito 4 veces 4?
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